jueves, 19 de julio de 2012

Donde habita el olvido.


Despertó en un amanecer capaz de enturbiar miradas, supongo que a fin de cuentas, lo hizo con los ojos cerrados. Entreabrió los labios para enmudecer al silencio y no halló nada que consiguiera mejorarlo. Resiguió millones de vidas ajenas con la suela de sus zapatos, cada baldosa un desafío, y cada realidad una pequeña esperanza capaz de almidonar sollozos. 

No entendía el por qué de cada aceleración de sus pulsaciones, no entendía el por qué de otorgarle más poder al miedo... y presa del raciocinio y de su peor enemigo que no era otro que ella misma, se despojó aquél día de los escasos grumos de veracidad que quedaban en sus pupilas. Se vistió de otra, se rió como otra, lloró como otra y terminó creyendo ser otra. Pero a veces, los problemas existen y es que el mundo ya la conoció como no era, el mundo ya se equivocó o, quizás, simplemente, le dio la razón y se hartó de darle vueltas a su historia, de trazar sendas imaginarias que conducirían las dudas al desahogo, de gritarle al oído todo lo que estaba harta de tatuarse desde dentro en tinta invisible: vuelve, joder, vuelve.

Aquella noche, derramó algún resto de cerveza acompañado de su propia esencia, derramó su vida, al compás de alguna canción de Sabina, derramó el ejemplo de lo ue había sido, de lo que le había quedado... Y así asumió que en la vida existe el pasado y lo encerró en una cajita, tan pequeña que hoy no recuerda dónde escondió.